Halloween: ¿Por qué nos fascina sentir terror?

Halloween: ¿Por qué nos fascina sentir terror?

El miedo, y el terror que sería un grado máximo de miedo, es una emoción primaria que tiene como finalidad resguardarnos y evitar que un peligro potencial nos produzca un daño. Si esa función protectora se modifica, su capacidad preventiva también lo hace. En consecuencia, si el miedo no nos protege, sino que además nos “atrae”, estamos en una situación biológica de incoherencia y de disarmonía, aspecto que como médico me resulta sumamente interesante.

Además, estar en contacto continuado con el miedo puede llegar a inmunizarnos contra él y, en consecuencia, anular su misión de emoción protectora y evitadora del peligro. Otra cosa distinta es que, en situaciones muy concretas, un sentimiento de terror nos produzca un placer, un deleite e incluso una atracción. Hay varias respuestas sencillas, algunas explicaciones técnicas y muchos matices socioculturales.

La atracción por el terror

Cuando percibimos una situación que nos da miedo se estimulan estructuras cerebrales (sistema límbico o cerebro emocional), y ello da lugar a la secreción de determinadas hormonas y neuropéptidos, y por lo tanto a la percepción de estímulos placenteros. Pero, atención, esto es así y por lo tanto nos gustaría sentir terror, siempre y cuando nos encontremos en un contexto controlado, no real, y del que podemos salir cuando lo deseemos, como por ejemplo la que ocurre en el cine o en otro tipo de espectáculos de corte similar.

La neuroquímica cerebral: Dopamina

Siguiendo esta misma línea argumental, pensemos por un momento que, al contrario de lo que les sucedía a nuestros antepasados más primitivos, nosotros si podemos disfrutar en la actualidad del placer que origina el miedo (dopamina), aunque no estemos realmente en peligro. De esta manera, nos sentimos más activados, con más energía, pero sin sufrir las consecuencias negativas de enfrentarnos ante una amenaza real.

En la misma dirección hay investigaciones que afirman como las hormonas relacionadas con el miedo son similares a las de la felicidad, y eso explica, parcialmente al menos, como muchas personas perciben que, después de una experiencia terrorífica, pero segura como puede ser el visionado de una película de terror, su estado de ánimo mejora tanto, que este tipo de situaciones pueden llegar a ser adictivas.

Pero una cosa es la explicación biológica (neuroquímica cerebral) y otra, ciertos fenómenos que acontecen en torno al terror, como por ejemplo pueden ser “los fans y seguidores” que aparecen ante la personalidad de abyectos criminales, o el deseo de coleccionar objetos relacionados con estos.

Se han descrito incluso conductas de enamoramiento de personas (sobre todo mujeres) hacia criminales, cuya capacidad dañina y destructiva está demostrado que es muy elevada, llegando en algunos casos a pretender contraer matrimonio con ellos, o llegar a realizar “encargos” al margen de la ley solo para satisfacerles.

El terror es un negocio muy lucrativo

Para explicar este fenómeno hacen falta argumentos psicodinámicos complejos e incluso echar mano de la psicopatología. No es saludable ni tampoco normal “querer compartir la vida afectiva” con un sujeto, cuya peligrosidad criminal esta puesta fuera de toda duda sin que exista un trasfondo psicopatológico más o menos grave en ese tipo de conductas.

Por último, conviene no olvidar que el miedo es, o puede ser, también un rentable negocio manipulando el cerebro de personas ultrasensibles. Hay series televisivas seguidas por millones de espectadores que se recrean en presentar ante el espectador delincuentes en serie, verdugos caníbales, desequilibrados sin escrúpulos, mostrando con todo lujo de detalle escenas dantescas, escabrosas y perversas, que lejos de generar rechazo, los guionistas y productores saben que producen atracción.

Sea como fuere el miedo atrae, el pánico puede gustar incluso ser adictivo. El cerebro humano del siglo XXI se sigue moviendo por parámetros muy básicos donde se imbrica lo biológico-genético con lo ambiental-educacional, al igual que lo hacia nuestro antepasado el Hombre de Neandertal, solo que ahora la capacidad de difusión es casi infinita.

Pero como venimos insistiendo, una cosa es que nos guste el terror desde la cómoda butaca de nuestro salón, y otra muy diferente que deseemos sufrirlo en nuestras propias carnes.

Comparte en tus Redes
No Comments

Post A Comment