Trastorno esquizoide de la personalidad

Trastorno esquizoide de la personalidad

Trastorno Esquizoide de la Personalidad

El paciente esquizoide es el paradigma de la introversión y del aislamiento. Son sujetos introvertidos y retraídos. Son solitarios empedernidos que disfrutan con su soledad y ostracismo. Se sienten muy cómodos cuando se encuentran alejados del contacto de los demás y recluidos en su particular y peculiar mundo interno.
Los individuos con trastornos esquizoides de la personalidad “pasan” de los otros, le importan poco o nada las opiniones ajenas y le resulta indiferente la imagen que pueda dar ante el resto de sus congéneres. Su afectividad es fría, distante, con pocos gestos y expresiones faciales. Ni se encolerizan ni tampoco se alegran. Sus relaciones sentimentales son escasas y cuando estas tienen lugar duran muy poco debido a las enormes dificultades que tienen para transmitir y recibir afecto. Reaccionan con pasividad ante las circunstancias adversas vitales, parece como si no fueran con ellos, como si no les afectaran, como si estuvieran en “otra historia”.
Suelen trabajar de la misma forma en la que viven: en soledad y sus actividades profesionales giran con cierta frecuencia en torno a la informática (muchos de los adictos al Internet tienen una personalidad esquizoide), a las ciencias exactas (fundamentalmente las matemáticas) y a las bellas artes como la pintura, la escritura, la poesía o la escultura.

El esquizoide es el paradigma de la introversión y del aislamiento. Son sujetos introvertidos y retraídos.

Trastornos de la Personalidad |Posibilidades Terapéuticas

¿Qué podemos hacer con ellos?

Las posibilidades terapéuticas en los Trastornos de la Personalidad en general, son bastante limitadas. No obstante, existen, pero la condición fundamental para cambiar aquellos aspectos de nuestra personalidad que nos disgustan e incomodan es ser conscientes de su existencia y de lo irracionales y absurdos que pueden ser nuestros comportamientos haciéndonos sufrir de forma innecesaria. Ese sería el primer paso: darse cuenta de nuestra situación. Como dice Goleman, el autor de uno de los libros más vendidos en los últimos tiempos, “Inteligencia Emocional”, el primer paso necesario para despertar, es darnos cuenta de la forma en la que estamos dormidos.

Para modificar los rasgos anómalos de nuestra personalidad hay que invertir tiempo y constancia, pero el proyecto bien merece la pena. Es un grave error pensar que como tengo una forma ser determinada estoy condenado para siempre a repetir los mismos errores. Si nos lo proponemos con suficiente intensidad podremos conseguirlo. “Querer es poder” dice el refrán popular y no le falta parte de razón.

Una persona puede ser más o menos introvertida, o desconfiada, o sugestionable, o insegura, o…. lo que sea. Esa es su personalidad, mejor dicho, esos son algunos de los rasgos de personalidad que constituyen lo que llamamos temperamento. Pero también existe otra parcela de nuestra forma de ser que podemos modificar con relativa facilidad y que hemos denominado carácter.
La personalidad, en suma, se configura de la interrelación que se produce entre el temperamento, es decir entre lo biológico-genético-hereditario, y el carácter, esto es, lo aprendido del entorno o ambiente que ha rodeado al sujeto. Si trabajamos duro y nos adiestramos convenientemente, incluso si aprendemos algunos “trucos”, podemos ir modificando determinados rasgos y sustituyéndolos por otros que sean más saludables. Todo depende de nosotros, del interés que pongamos y de la necesidad real que tengamos de hacerlo.

Obviamente, este no es el sitio apropiado para aprenderlo, pero si para despertar el estímulo de intentarlo. Nosotros lo vemos con frecuencia en nuestras consultas y podemos afirmar que quienes se lo plantean de forma seria, invierten tiempo y esfuerzo en ello, y se dejan guiar por las personas apropiadas, lo consiguen. Obviamente, para cambiar en profundidad no basta con tener el propósito; hace falta poner en práctica técnicas de psicoterapia complejas, utilizadas por profesionales competentes y no por meros consejeros tan llenos de buena intención como de inutilidad. También es verdad que para limar esos pequeños “defectillos”, esas rarezas menores, esas formas de ser que a veces nos incordian, basta con mirarse al espejo cada día mientras te afeitas, o cada noche, mientras te quitas el maquillaje y te aplicas una crema hidratante y proponérselo con interés y tenacidad.

¡No se agobie innecesariamente, su problema puede tener solución!

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